RESTAURANTE OREA EN BARCELONA

Después de un buen descanso, no sé si merecido, volvemos con una nueva visita a un restaurantes en Barcelona, el primero del año.

Es difícil definir el Orea, abierto desde octubre, ofrecen una cocina cuidada, actual y siempre con un toque de originalidad.

Situado en la Antiga Esquerra de l’Eixample, en pleno centro, vamos, el local es estrecho y alargado. En la entrada, cuatro mesas circulares pequeñas que quedan en el exterior. Pasando una puerta acristalada que deja pasar la luz, encuentras un primer espacio con lámparas de mimbre y mesas de madera para cuatro o cinco personas. Tras la barra en forma de “u”, pensada para los cócteles que ofrecen por las noches, dos filas de mesas, sin mantel, con un banco corrido pegado en un lado y sillas cómodas y elegantes en el otro. Al fondo, la cocina.

La carta está dividida en cuatro, una sección dedicada a legumbres, semillas y verduras, con berenjena ahumada, humus o una ensalada de garbanzos y lentejas; otra sección que llaman “de cuchareo”, con ramen, arroz caldoso o risotto; otra dedicada al mar y la montaña, con tataki de atún o tiradito de corvina; y, finalmente, una con platos originales como el pato curado en sal o el vacío de wagyu. Llaman también la atención los lattes, los tés orgánicos y las limonadas con burbujas.

Nos pedimos un par de platos fríos y un par calientes, todos para compartir. Es una cocina con muchos detalles, como es lógico, se puede disfrutar sin prestarle demasiada atención, pero nos gusta saborear los bocados y preguntarnos por los ingredientes y sus combinaciones.

Empezamos con un tiradito de Pulpo. Lo cocinan al vacío y lo reservan. Cuando llega el pedido lo laminan. En la base del plato ponen una causa de ají amarillo y, encima, colocan las láminas de pulpo. Añaden unos puntos de puré de boniato asado, unas aceitunas de kalamata, cubren con una salsa de kimchi, añaden unos punto de mayonesa acevichada, una chalaca, que es una salsa criolla, espolvorean con quinoa suflada y acaban con cilantro fresco.

Lo dicho, mil detalles para entretenerse con cada uno o para hincarle el diente sin mayor contemplación. Me gusta esta acidez cítrica. En nuestra cocina se ha usado mucho el vinagre, pero la acidez ha dejado paso al dulce, ahí están esos falsos módenas que son insoportablemente empalagosos.

Abrir en Barcelona es una apuesta arriesgada. Hay que hacerlo con algo de margen, muy pocas aperturas tienen éxito de la noche a la mañana. Es necesario cierto tiempo para ir adaptando la carta al público que te visita. Sin renunciar a tu identidad, no hay que diluirse entre las constantes aperturas, pero tampoco hay que ser rígido. Con un buen equipo siempre es más fácil.

Seguimos con un tataki de Rubia Gallega. Limpian bien el corte y lo marcan a la plancha. Después congelan y laminan. Colocan en el plato y añaden unos nabos y unas zanahorias encurtidos, rábano laminado, después salpimietan y añaden un chorrito de aceite y acaban con una salsa ponzu de tomate de elaboración propia, cebollino picado y queso de Maó. Decoran con unos germinados de mostaza y sirven con un pan de algas.

El plato es un cruce entre un carpaccio y un tataki, ideal para compartir. He comentado en numerosas ocasiones que una buena manera de importar elaboraciones sin acabar con la diversidad, es utilizando ingredientes locales. Si en todas las cartas va a haber guacamole, sushi, ceviche, risotto, humus, pizza y pasta, si se elaboran con ingredientes y técnicas tradicionales locales, la cosa se hace mucho más interesante.

No sé si esta cocina de manga pastelera, con tantos matices, es una moda o ha venido para quedarse. De momento, es una experiencia diferente que vale la pena probar. Las bravas, la ensaladilla o la tortilla de patatas están muy buenas, pero no vas a comer lo mismo todos los días.

El canelón es apto para vegetarianos, aunque hay que decirlo, sino lo bañan con una demiglace de ave. La elaboración es curiosa, prepara un ratatouille tradicional y lo envuelven con una hoja de col. Cuando llega el pedido, lo calientan en el horno y, mientras, baten bien con las varillas la demiglace de ave y una crema de ceps.

Por otro lado, saltean unos shitakes, ya sabéis que el tallo no es bueno, así que normalmente los venden sin. En la base del plato un poco de la crema, el canelón, más crema de ceps, la demiglace, los shitakes salteados, unas gotas de aceite de albahaca y, finalmente, unos germinados.

A Ana le gustó mucho, a mi se me hizo excesivamente dulce, pero nos comentaron que es uno de los platos que más gustan. Ya os digo, el dulce, triunfa. Como alternativa al canelón tradicional está muy bien.

Como cinéfilo creo que Arrival le da mil vueltas a Interestellar, como espectador, me lo pasé genial en las dos. En los restaurantes me pasa un poco lo mismo. Puedo disfrutar en los sitios más dispares, independientemente del nivel gastronómico de la cocina.

Acabamos con el plato que más nos gustó, un curry vegetal de plancton. Pican y saltéan verduras de temporada, respetando los tiempos, van añadiendo poco a poco, de las que necesitan más tiempo a los que están en segundos. Calabacín, zanahoria, shitakes, pak choi, cebolla china y coliflor verde y lila. Añaden plancton a un salsa de curry suave y baten bien con las varillas. Acompañan de arroz basmati cocido y salteado. En la base de un plato alto ponen las verduras, añaden cilantro fresco y vuelcan el curry en una tetera. Ya en la mesa, cubren las verduras con el curry.

Cremoso, ácido y un punto picante. La verdura al dente le da textura y el conjunto es muy equilibrado. Lo dicho, el plato que más disfrutamos. Al servirte verduras por un lado y arroz por otro, estás entretenido y le das más tiempo a cada bocado.

Nos quedamos con ganas de probar algún cóctel, pero fuimos un jueves al mediodía y por la tarde había que trabajar. Tendremos que volver una noche de estas.

De postre, compartimos una tartaleta. La elaboran con harina de avena, harina de almendras, aceite de coco y quinoa suflada. Ponen un poco de crema en la base para fijarla al plato y añaden unos puntos de crema de limón, con un poco de yuzu y ralladura de limón. Añaden frutos de temporada, en esta ocasión unas frambuesas. Acaban con azúcar glas y unos pétalos de caléndula.

Un buen postre que demuestra el buen nivel de la cocina. Una base crujiente, una crema suave y el punto dulce y ácido de la frambuesa.

Veremos cómo evoluciona el Orea, de momento, han empezado con confianza y muchas ganas. Debe dar un vértigo tremendo, son unos valientes y se merecen que les vaya bien.

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Orea Restaurant Carrer de València, 193, 08011 Barcelona


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