Nos gusta salir a cenar sin mucho compromiso. Sin reservar, sin hora fija. La mayoría de veces, algo ligero, dos o tres platos para picar, un par de cañas y poco más.
El concepto que más encaja es la típica vermutería de Barcelona. Mucho plato frío, ensaladilla, chips con mejillones, encurtidos, conservas… Pocos calientes, aunque haga frío. Unas bravas, una tortilla, de vez en cuando unas croquetas…
En estas cenas reiterativas buscamos sabores previsibles. No queremos sorpresas, sino certidumbre.
En la carta del Restaurante Antúnez encontramos esos platos que tanto nos gustan, junto a otros algo más sofisticados. Así que tiene el punto informal y la buena cocina que garantiza que volveremos.
En invierno abren todo el día, con dos turnos para la cena. En un país de sobremesas, los turnos nos incomodan, pero siempre se puede optar por el segundo.
En verano, abren solo por la tarde, con la cocina abierta de seis a once. Para cenar más tranquilos, nos acercamos a las ocho un viernes por la tarde de agosto.
Estaba todo el comedor reservado, pero los clientes empezaron a llegar poco antes de las diez, así que estuvimos muy cómodos, con la cocina casi para nosotros.
Empezamos con las bravas Antunez. Están en la lista de las mejores de Edu, de bravasbcn.com, así que ya os podéis imaginar el nivel. Patata monalisa presentada con cortes irregulares, fritas con piel, de resultado muy crujiente y nada aceitosas. Lo más original, la salsa, con pimentón, cayena y piparras, que le dan un punto de frescura y acidez muy interesante. Mejor presentadas como lo hacen habitualmente, en lugar de en un bol, en plato, para que todas las patatas tenga la misma cantidad de salsa.
Se les había acabado la ensaladilla, así que nos quedamos con ganas de probarla. Cuando pasan estas cosas hago dos lecturas. Por un lado, la evidente, mala planificación, dado que es un plato popular. Por el otro, para mi es un indicador de calidad, significa que se prepara a diario y, cuando se acaba, se ha acabado. Desconfío de los restaurantes que tiene siempre de todo. O tiran de congelado o tiran mucha comida a la basura.
Seguimos con una excelente tortilla de patatas. Una tortilla que bien vale una visita. Del tamaño perfecto en un menú de platos para compartir. Patata tierna y huevo cuajado en el exterior y jugoso por dentro.
Dicen que la belleza está en los ojos del que mira y podríamos decir que el sabor está en el paladar del que come, pero es algo que me cuestiono. Esta tortilla está rica y dudar de que algo así se pueda objetivar es dudar de la existencia de la propia tortilla.
Ana había estado antes en Antúnez y me habló con entusiasmo del canelón de pato. Enorme, servido sobre una abundante salsa mi-cuit. Una masa fina y sabrosa, un relleno tierno y unos piñones mediterráneos tostados, que siempre enriquecen los platos. No sé por qué, pero los asocio al parmesano.
Como siempre, con la idea de mostrar una parte representativa de la carta, nos pusimos finos. Seguimos con un tartar de gamba roja con crema mi-cuit. Un plato de producto, delicado, para los que buscan un punto más de sofisticación, sin alejarse de la línea de cocina informal del Atnúnez.
Es importante tener una carta con foco. Es lógico que se intente llegar a un abanico amplio de clientes, pero más no suele traducirse en mejor.
En los restaurantes de cartas largas, la experiencia del comensal puede variar tremendamente en función de lo que se pida y eso genera cierta incertidumbre que creo contraproducente.
La omnipresencia del tataki de atún me resulta sorprendente. Entiendo las modas, dan dinamismo a las cartas, rompen con la monotonía y, si el plato lo vale, acaba aguantando el paso del tiempo. Pero me cuesta entender por qué la gente quiere un mismo plato vaya al restaurante que vaya.
La explicación más sencilla es que los comensales suelen ir con amigos de gustos diversos. Para ser el restaurante de consenso debes satisfacer cada uno de sus paladares. Así, uno cena pizza, el otro hamburguesa, el otro un ramen y el cuarto un risotto, por ejemplo.
Volvamos al tataki, que me pierdo. Lo sirven con quinoa roja y calabaza. Bien de técnica, con una guarnición curiosa que funciona.
Acabamos con las crestas de cordero, pera salteada y pack choy encurtido. Unas empanadillas de masa crujiente, con un relleno tierno y jugoso.
Probamos dos postres. Una crema catalana cremosa, servida con el correspondiente azúcar quemado y acompañada de helado de carquinyoli, la galleta de frutos secos que a veces cuesta comer, en helado mucho mejor.
Sin duda, para compartir, como también lo es el cheesecake de nutella, de la pastelería Sil’s Cakes. Una tarta que tiene mucho éxito, aunque a mi me empalaga un poco.
Lo dicho, volveremos. Probablemente seamos más conservadores en la comanda y nos quedemos con las bravas, la ensaladilla o la tortilla que tanto nos gustan.
Bravas Antúnez 5,90 €
Canelón de pato con salsa mi-cuit 4,50 €/u
Tartar de gamba roja con crema mi-cuit 12,00 €
Tortilla de patata y cebolla 6,70 €
Tataki de atún con quinoa roja y calabaza 13,70 €
Crestas de cordero, pera salteada y pack choy encurtido 12,00 €
Cheesecake de Nutella by Sil’s Cakes 6,70 €
Crema catalana con helado de carquinyoli 6,00 €
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Todo empezó en 2007. Mi tío, que por entonces nos divertía con su blog «Desde Mi Cocina», me envío un vídeo de Robert Rodríguez. Resulta que el conocido director de cine, en los extras de sus DVDs incluía vídeo recetas. Se le veía en casa, preparando una cochinita pibil. Era un formato informal, directo y breve, pensé que algo parecido podría funcionar en youtube. Subí mi primer vídeo, una receta de tortilla de patatas, se hizo viral y aquí seguimos. Desde Tarragona, compartiendo recetas y experiencias gastronómicas de todo tipo.