LA PLATA, UN BAR HISTÓRICO DE BARCELONA

En 1945 Josep Marjanet y Joaquima Planas abrieron el bar La Plata. Desde entonces sirven poquitas cosas, la mejor manera de que salgan bien. Pescadito frito, anchoas, una ensalada de tomate, cebolla y aceitunas arbequinas, un montadito de butifarra y pan con tomate. ¿Para qué más?

Pepe Gómez es casi tan famoso como el bar. Empezó de friegaplatos en 1972 y, a sus 68 años, sigue tras la barra que le ha visto crecer. Llega poco antes de las diez y dedica buena parte de la mañana a lidiar con los proveedores. Cuando lo tiene todo organizado, desayuna. Un café con leche y un bocadillo. Lo hace con rapidez y sin dejar de atender al móvil. Poco después llega el repartidor de la cerveza. Hace tantos años que se conocen que le prepara un desayuno antes de abrir. Los privilegios que se gana uno a base de meter horas.

El resto del equipo se va incorporando poco a poco. Marlen, Maria José, Isac y Deisi, que enseguida empieza a prepararlo todo en la cocina para poder servirlo con rapidez. Los platos son minimalistas, para la ensalada trocea los tomates y la cebolla directamente sobre el plato. Es curioso, he visto a muchas cocineras cortar sin tabla y a muy pocos cocineros. Justo antes de servir, añade las aceitunas arbequinas, un pellizco de sal y un buen chorro de aceite de oliva. Después corta el pan y, cuando lo piden, lo frota con tomate maduro y lo acaba también con sal y aceite de oliva. Las anchoas, además de aceite, llevan un aliño que, igual que el vinagre de la ensalada, añaden justo antes de servir. Para el montadito trocean la butifarra y, cuando la piden, la fríe en abundante aceite y la sirve sobre una rebanada de pan con tomate. Finalmente, el gran protagonista, el pescadito frito. Boquerones frescos que limpian uno a uno. Después pasan por harina y fríen en aceite a menos de 180 grados.

Hay bares que podrían estar en cualquier sitio porque no tienen ni una sombra de originalidad, suelen oler mal y uno no se siente especialmente bienvenido. Incluso en esos, puedes pedirte una cerveza y unas patatas chips y disfrutarlas sentado en la terraza. No es una experiencia memorable, pero no está mal. Se podría decir que, ofreciendo poco, van tirando. Por eso son tan importantes los que se esfuerzan en hacer las cosas bien. Los auténticos, que coges con ganas y te cuesta soltar. Podrían hacer mucho menos y funcionar. En cambio, van mucho más allá, ofreciendo una experiencia única.

El barrio ha cambiado mucho, correos, el puerto, las aduanas, dieron mucho trabajo en su día. Ahora son los turistas los que aseguran la supervivencia. Sea como sea, esperemos poder disfrutar de uno de los bares más emblemáticos de la ciudad durante muchos años más.

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