EL MENÚ DEL RESTAURANTE IMPREVISTO EN BARCELONA

En una zona tomada por locales especializados en brunch, que dan servicio casi exclusivamente a turistas, el Restaurante Imprevisto es un respiro. Está bien que haya de todo un poco, pero las modas pueden llegar a saturar. Superar la hamburguesa, la pizza o el sushi está bien, pero no hace falta que, de repente, haya mil aperturas de la tendencia de turno, sea ramen, empanadas o poke. Supongo que, con el tiempo, todo se equilibra. Abren doscientos mil y sobreviven los diez buenos.

El caso es que Luca Pinna, Raffaelle D’Avico, Isabella Vivarelli y Alberto Jaime León coincidieron trabajando en un restaurante con estrella Michelin y decidieron asociarse en esta aventura.

Hay carta, pero la idea es que comas algo imprevisto, de ahí el nombre del restaurante, y optes por uno de los dos menús degustación de siete o diez servicios que no sabes en que consisten hasta que llegan a la mesa. Por un lado, siempre está bien que te animes a probar algo que no tenías previsto. Es la mejor manera de hacer descubrimientos. Por el otro, a todo el mundo le gusta disfrutar de sus platos preferidos. Estamos entre esas dos aguas. Afortunadamente, tenemos oferta para hacer los que nos apetezca.

El menú corto de corto tiene poco. Los platos llegan de uno en uno, pero para que no os aburráis viéndome comer, empezamos con los tres primeros en la cocina y ya nos lo tomaremos con más calma después.

Primero, un crujiente en forma de espina que preparan con sémola de trigo duro y acaban con una crema de sardina y un bastoncito de melón. También una ostra con suquet de pescado de roca, un crumble de picada catalana y unas huevas de trucha y, para acabar el trío, una berenjena thai en escabeche de zanahoria, oporto, jugo de cebolla, guanciale crujiente y avellanas.

Todo el que haya trabajado en esto diez minutos, sabe que la gente, a los restaurantes, llega con hambre, lo que genera ansiedad y, como consecuencia, cierto mal humor. Así que lo mejor es cortarlo de raíz. Unas aceitunas, cuatro patatas chips, unas rebanadas de pan tostado con aceite de oliva. Sirve casi cualquier cosa. En Imprevisto, como es de esperar, es algo más sofisticado. Después de dos bocados, llega un plato más contundente, una berenjena suave, nada amarga, muy rica.

Continuamos con un ravioli de patata ahumada, que cubren con unas gambitas crudas aliñadas, añaden unos puntos de cumquat fermentado y acaban con una espuma de esencia de gamba. Un plato más fuerte, con un intenso sabor a gamba y un punto de humo curioso.

El rodaballo lo cocinan a baja temperatura, lo acompañan de unos tacos de calabacín, lo napan con un pilpil de sus espinas y rematan con pimienta recién molida. Un bocado mucho más sutil, suave, dejando que el rodaballo sepa a rodaballo.

El magret de pato de bellota lo preparan a la plancha, antes de servir, trocean, añaden sal en escamas y lo sirven un puré de boniato, un mole y naranja quemada. Hay que impregnarlo bien con las salsas para que el plato tenga sentido.

Y, para acabar, un cremoso de gianduia, servido junto a un bizcocho de chocolate, un crumble de cacao, un gel de fruta de la pasión y, finalmente, un crujiente de almendras

Ya sé que os gustan más los callos, las albóndigas o las bravas. Confieso que, en algún momento, he sentido cierto cansancio de lo que se llama “alta cocina”. Pero asumo que se debe a mis experiencias y a mi edad y confío que a la gente joven le siga interesando hacer las cosas bien probando cosas nuevas. En el fondo, no hay baja y alta cocina, hay buena y hay mala y la del Restaurante Imprevisto es de las buenas.

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