CERVEZAS Y MUCHO MÁS EN LA FÁBRICA DE MORITZ EN BARCELONA

La fábrica de Moritz se fundó en 1856 y estuvo en funcionamiento hasta 1978. Después de algo más de 20 años, la cerveza volvió a Barcelona y, en 2011 se reinaguró la fábrica reconvertida en un centro gastronómico.

El arquitecto Jean Nouvel firmaba una rehabilitación que daba una nueva vida al espacio. Un restaurante para más de 200 personas, varias salas para eventos, un pequeño espacio para catas, una tienda, donde ahora tienen un curioso calendario de adviento y también una fábrica para ediciones especiales: frescas, sin pasteurizar, con tiradas cortas y con constantes propuestas efímeras interesantes, como la cerveza de Sant Jordi, la de la Mercè o la de Sant Patrick.

Si a uno le gusta la cerveza, la visita vale la pena. Y si a uno le gusta la arquitectura, también. Creo que no os he comentado que, durante la pandemia, como no podía grabar vídeos, cambié de hobby y me puse a estudiar arquitectura. Empecé bien, me quedó una de primero, pero en segundo volvió la presencialidad y lo tuve que dejar, una pena. En todo caso, siempre es un placer grabar en un lugar así, aunque la iluminación de los diferentes espacios lo complicó un poco.

La dirección gastronómica corre a cargo de Jordi Vilà, que tiene una estrella Michelin en el restaurante que está en la planta superior, Alkimia. Está claro que la protagonista del espacio es la cerveza, por eso valoro especialmente que también se haya dado importancia a la comida, con una oferta informal, pero con muchas opciones interesantes.

Aperitivos como la gilda, tapas con clásicos como las bravas, la ensaladilla o la tortilla de patatas, ensaladas de todo tipo, la pizza alsaciana, el picantón a la cerveza, bocadillos como el de pastrami o la burger, clásicos como los macarrones o las albóndigas, también un costillar y, como no, los postres, como el flan o la crema catalana, entre muchos otros.

Empecé con la bebida, claro, una cata en la que te sirven cuatro vasos de 12 centilitros con la Moriz clásica, una epidor, una red IPA y, finalmente, la negra. Para disfrutar en ese orden.

En el grupo, también está Velódromo, los que lleváis ahí más tiempo, lo recordaréis porque grabamos con Ana hace ahora tres años. Comparten algunos platos que seguro reconoceréis, entre ellos, la bomba de la Barceloneta, aunque la de la fábrica es algo más grande.

Es un puré de patatas relleno con carne picada de cerdo, en este caso, magro guisado con ajo, cebolla, guindilla y un punto de vinagre. Una vez formadas, se pasan por pan rallado, después por huevo y, finalmente, por panko. Se fríe, se escurre el aceite sobrante, se sirve sobre un allioli, se cubre con una salsa barbacoa que lleva más de cuarenta ingredientes y se remata con cebollino picado.

Por otro lado, las bravas, patata agría cortada en una media luna ancha, a la que se le da una primera fritura a temperatura suave y, cuando llega el pedido, una segunda con más potencia. Se sala, se emplata y se cubre con un allioli, un aceite picante y también se acaba con cebollino picado.

Empezamos con dos clásicos. Las patatas tiernas y con un ligero crujiente, el allioli suave, también el picante, muy ricas. La bomba es eso, una bomba. Si uno quiere disfrutar de más platos, mejor compartirla. Crujiente y con un picante muy agradable, ideal para acompañar con cerveza.

Abren todos los días, de lunes a jueves de doce a una, viernes y sábado hasta las tres y los domingos cierran a las doce y media. Ahora que se están complicando tanto los horarios, espacios así son un refugio. Si un domingo por la tarde no encuentras un sitio donde cenar, siempre puedes contar con la fábrica de la Moritz, donde no te faltará sitio.

La ensaladilla también recuerda a la de Velódromo. La preparan a diario con patata, judía perona, zanahoria, huevo duro, atún, el aceite de su conserva, sal, pimienta y, en lugar de mayonesa, allioli o, más bien, una mayonesa de ajo, lo que la hace inconfundible. Rallan huevo duro por encima, añaden algo de cebollino, pimienta, un chorrito de aceite y unos colines.

Me animé con un par de croquetas, una clásica, de jamón, la que tiene más éxito, una bechamel espesa y una buena dosis de tacos de jamón. La de calamar, más interesante, hecha con un guiso de calamar, bien reducido, y sobre el mismo preparan la bechamel, después pan rallado, huevo y panko. Fríen y al plato.

Me gustan mucho las IPAs, especialmente de forma ocasional. La roja de Moritz hizo buena compañía a la ensaladilla, que es suave, fresca, y también a las croquetas, crujientes y muy sabrosas, especialmente la de calamar.

Uno de los conceptos más populares del modernismo arquitectónico es el “menos es más” de Mies van der Rohe. En lugar de los espacios recargados, apostaba por una arquitectura más limpia, más pura. Creo que es un concepto muy interesante para la cocina. Cuando se combinan bien pocos ingredientes siempre se consiguen sabores más auténticos, menos apagados, más puros. Claro, un mole es un mole, pero la ensaladilla lleva patata y mayonesa y, a partir de ahí, hay que ir sumando y las posibilidades son casi infinitas. Cuando funciona con pocos ingredientes es admirable.

Momento para el picantón. La receta original, de la fundación Food Cultura, era con miel y mostaza. Con el tiempo ha ido variando. Ahora marinan con salsa de soja, cerveza, especias, ajo, pimienta y sal durante 48 horas. Después cocinan a baja temperatura y, cuando sale la comanda, rocían con la marinada y meten en el horno con la lata con algo de cerveza como soporte. Acompañan de unas patatas fritas, también con dos frituras, una suave y, antes de servir, una con el aceite bien caliente.

Evidentemente un plato para compartir, especialmente si uno ha picado algo previamente. Está muy bien al punto amargo que le da la cerveza. Parece que es un sabor que va perdiendo popularidad, en teoría, el chocolate, el café, la rúcula o la escarola deben ser amargos. Los dos primeros por el azúcar y los dos segundos no sé muy bien por qué, pero cada vez lo son menos.

Hace unos días leía en un post que, lo fundamental de la experiencia en un restaurante es el sabor y no estoy en absoluto de acuerdo. Tenemos cinco sentidos y lo vivimos con todos ellos. No solo como huelen y saben los platos, también su textura y su aspecto y después está todo lo demás. La estética del espacio, el olor, el tacto del mobiliario y, como no, lo que oímos, si está bien insonorizado o no y, especialmente, la música y aquí hay que hacer una mención especial porque está muy bien. A veces pasa desapercibida, en ocasiones molesta y, de vez en cuando, hay suerte y te gusta lo que suena. Cuando llegué sonaba Ramones y ya me ganaron.

Un par de postres, por qué no. El primero, un fondant de chocolate clásico que calientan en el horno y sirven con un crumble de chocolate y acaban con un helado de cerveza negra. Y un carrot pie, una versión del carrot cake, que elaboran con cerveza negra y cubren con un frosting de crema de queso. Tuve que repetir de cerveza negra, claro.

El puntito amargo siempre se agradece, ambos potentes y dulces, como era de esperar. Creo que cualquiera de los dos mejor para compartir, son porciones generosas.

Mi agradecido a todo el equipo, me prepararon los platos Isabel y Bea, el postre Adri, en la sala David y Liana y, finalmente, Albert Más, responsable de la cocina, que me explicó las distintas elaboraciones.

Cada día hay millones de personas que prueban por primera vez algo, ya sea porque son jóvenes o porque no han tenido la oportunidad previamente. Es una experiencia irrepetible y emocionante. Si no habéis probado cervezas especiales, en la Fábrica de Moritz tenéis la oportunidad de hacerlo acompañándolas con alguna de las cosas ricas que sirven.

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